lunes, 25 de enero de 2010





Ya buceando el iceberg, hay una especie de plaza al nivel del mar donde inconexas personas hablan sin parar. Incluso está el chico que se fue en segundo, mira mira, que saluda con la mano. Aun así no lo entiendo, me siento raro. Donde yo había aparcado el coche, ahora hay un camión cisterna que transporta colonia Brumel acercándose en plan torpedo a cámara lenta. Me da miedo, sin duda esta es la peor parte de la inmersión. Como una sensación cercana al vacío (de caer no de envasar), que le da a todo un giro con efectos especiales muy logrados (categoría acción) haciéndome aterrizar en un bar donde otras personas se refugian de otras fragancias. Dicen que sólo utilizan desodorante. Yo asiento con la cabeza, nos mostramos respeto y me dirijo a por una cerveza.

"nunca antes había probado esta marca..." el caso es que el local se va llenando de gente que me resulta familiar, tanto hermanos como primos lejanos. Y es entonces cuando en plena mueca distraída nos encontramos así como de casualidad y nos abrazamos muy muy contentos. Exaltados. Y eso que todavía no nos conocemos. Pero si quieres que te diga la verdad, te imaginaba justo así, justo asá. Y tenemos una charla tan fluida y natural que los perros procrean y los bebés se cagan. Certifico felicidad.

"Hay algo que te quiero enseñar" dices al cabo de un rato, y salimos fuera del bar.
"¡Joder!" grito cuando te da por señalar en un azul eléctrico un señor mustang.

Me cuentas que es de tu hermano, que se lo compró a un amigo americano y no sé qué historias de motores y tal y que nos lo deja probar. ¡Toma ya!
Ahora el decorado pasa a ser un enorme polígono industrial, de esos tan feos, tan Detroit, que se encuentran muy alejados de la ciudad.
Nos subimos con dos amigos tuyos y decidimos ir hacia el parking de la playa (que no sé por qué, pero al principio pensaba que nos querían atracar...ya ya, no sé... fue algo confuso... un error... perdón)
Durante unos minutos nos reímos sin parar, aunque algo me decía que no íbamos a acabar en la playa... pero bueno, durante unos minutos nos reímos sin parar.

El que conduce es un tipo muy gracioso con barba descuidada y gafas de sol, al copiloto no lo consigo enfocar. Es la primera vez que estoy en esta California, pero falta tabaco, o agua, o comida... algo falta porqué paramos a comprar. Así que con el freno de mano salimos todos del muscle car, y de mi nada aparece una profesora que me intercepta con un sermón sobre los coches gasolina y las horas que son ya. Me irrita, me despista... Y mientras todo se va volviendo más y más blanco, los voy perdiendo de vista. Nuestra aventura se difumina con el deshielo y no hay tiempo para comprar, ni para arrancar ni tan siquiera para despedirnos.

Con lo bien que hubiera estado poder recordar que ayer nos conocimos.